Se levantó de la cama con una resaca increíble. Hacía tiempo que la vida no le sonreía, pero tampoco ella le dedicaba a la vida ni un leve gesto de simpatía.
Miró alrededor y vio que su apartamento estaba demasiado desordenado incluso para ella. Dos semanas atrás, las fotos con él y los viejos recuerdos de los años de instituto con los colegas habían encontrado un lugar mejor en una caja vieja bajo la cama.
"Síndrome del campamento de verano", decían. Rió de sólo pensarlo. A ella le gustaba más llamarle el "Síndrome del 31 de diciembre". En fin de año, todos miran atrás y escriben palabras sobre lo diferentes que son las cosas del año anterior, lo raro que se siente todo, lo poco que se imaginaban que el año acabaría así. Y vuelta, "el mejor año de tu vida", pero saben que no lo será.
Así se sentía ese día. La ropa estaba por el suelo, los marcos vacíos, salvo unos cuantos con un par de fotos con nuevos amigos que de momento no le aportaban más que un par de horas de diversión, y unos discos de rock ochentero tirados en la cama después de haberles dado demasiadas vueltas.
¿Cómo había llegado a ese punto? Cierto era que hacía un par de años, no se habría imaginado estar dónde estaba.
Hacía dos días había llegado de Chicago, ciudad que le traía demasiados buenos recuerdos. De todas formas, como en un buen 31 de diciembre, todo se notaba cambiado. Quizás el viejo barrio había cambiado, o sus vecinos habían repintado la fachada de la casa, aunque juraría que su ciudad natal no era lo que estaba distinto. Su vida era distinta.
No había nadie de los de antes. New York, Los Angeles, Seattle, Miami. Cada uno había escogido su propio camino, y en la ciudad se respiraba un aire diferente. Ella había acabado en Detroit hacía un año, cansada de vagar de estado en estado, buscando un verdadero hogar dónde quedarse. Pensó haberlo encontrado, cuando ese chico con pintas de motero se ganó un sitio en su vida, o más bien, llenó su vida, pues estaba vacía. Por desgracia, no funcionó. Pero estaba harta de huir, de nunca sentirse en casa, y decidió que allí se quedaría. Sin embargo, con la intención de hacer un último viaje, su intento de volver a la ciudad que le había visto crecer, no había dado resultado.
Echaba de menos cómo dos años antes, seguía en contacto con todos los amigos de la infancia, y recordó con tristeza cómo las palabras se había ido haciendo escasas en esos últimos años, hasta que se hicieron nulas.
Por lo menos ver a papá y mamá, hacía las cosas más fáciles. Pasear por Navy Pier era algo que siempre le había relajado, así que también había aprovechado para hacerlo.
Aún así, de vuelta a su apartamento de Jefferson Avenue, encendió el último cigarro que le quedaba, y asomada al balcón supo que era el momento de darle un giro a su vida, y aceptar de una vez por todas que nada era como antes y el pasado no iba a volver. Supo que en medio de septiembre, también podía ser 1 de enero.