martes, 29 de marzo de 2016

Emaús.

Cuando la esperanza se ha quedado dormida y la alegría parece una enfermedad pasajera que no termina de contagiarme, aparecen unos seres que me calan por dentro y lo cambian todo.
Hoy va por los que me cerraron el grifo cuando me ahogaba en un vaso de agua. Por los que nunca cayeron, a pesar de ser tan fácil tropezar en mi caos.
Cuenta la leyenda que existen personas que llevan luz dentro. Empiezo a pensar que las leyendas no son más que realidades disfrazadas, pues yo veo el camino más claro cuando están cerca.
Cada día que pasa crece la parte de mí en que estos seres habitan. Se han instalado con todo el equipo en un piso sin amueblar que ahora parece estar demasiado lleno. Hace un par de años firmé un alquiler, pero no recuerdo haber dado opción a compra. Y sin darme cuenta tengo unos treinta okupas que no piensan salir de ahí ni devolver la llave.
Quién me iba a decir que tendría una parte del corazón en cada rincón de esta maldita península, encontrando un hogar cada vez que paso a recoger los trocitos.
Siento a estos seres en cada melodía que provoco con las cuerdas de mi guitarra al rememorar la última vez que me cogieron de la mano. En cada verso escrito mientras les miraba en silencio preguntándole al cielo cómo se puede tener tanta suerte.
Duelen los kilómetros pero me prestan los piés para seguir andando, y duele el olvido pero me prestan recuerdos para seguir soñando.
Han sido hombro cuando lloraba las penas que me causaban los errores cometidos, y han sido espalda donde apoyarme cuando la alegría no me dejaba  sostenerme en pie.
Han sido fe cuando me alejaba del agua sin atreverme a subir a la barca, acercándomela para que sólo tuviese que dar el paso decisivo.
Son diarios de secretos y hojas en blanco que han ido recogiendo cada una de mis historias.
Sé por fin lo que es familia. A veces se va alguno, o viene alguien nuevo. Pero la esencia nunca te abandona. 
Gracias por ser esos mágicos seres que me habéis mantenido con vida.