viernes, 9 de septiembre de 2016

No nos dimos cuenta.

No nos dimos cuenta del momento en que crecimos y los marcos superiores de las puertas empezaron a ser, de pronto, alcanzables.
Crecimos felices, si le podemos poner algún adjetivo. Aunque el tiempo nunca acompañó del todo, el sol siempre decidió salir entre el estrés y las dudas de esos niños que jugaban a ser mayores. Qué le vamos a hacer si en nuestra tierra siempre vuelve a llover por mucho que escampe.
Fue difícil darme cuenta de que al escuchar Yellow en las noches vacías ya no me siento llena, porque ya no soy la misma. Y mi mente ya no puede convencer a los ojos para mantenerse más tiempo cerrados ante la realidad que hay delante.
Galicia se despide del verano entre colores de otoño, mientras aquí llega la primavera y, una vez más, son seis horas más de invierno. La tierra que pisaron los poetas parece tan distinta a todo lo que había conocido hasta ahora y me doy cuenta de que soy yo la que sigo cambiando. La que sigo creciendo.
Porque no me di cuenta en qué momento los viernes dejé de merendar bocadillos entre deportes y risas con personas que hace un tiempo pasaron a ser un vago recuerdo plasmado entre las fotos de un álbum. Ni fui consciente cuando empecé a estar disponible a horas intempestivas para coser los corazones rotos de mis amigos. Cuando dejé las gafitas rojas en un cajón y decidí que era momento de quererme y admirarme por todo lo andado.
No sé por qué desvié mi camino a océanos ajenos. Pero estoy orgullosa de ese camino.
Y empiezo a notar que, tal vez, de eso se trata. De no darse cuenta de los cambios. De no ser consciente de los pasitos que nos hacen crecer día a día. Para mirarte al espejo un día y que te golpee lo que ves. Para sentirte orgullosa al recorrer los rincones de la memoria y ver todo lo que hemos vivido.
Las personas de aquí, las de allá y las del otro allá. Las que importan. Dejémoslo en las que importan. Debo mil canciones sin nombre, mil cartas sin sello y mil abrazos sin dueño. Debo tanto. A ellas, a las que importan. Por todo lo que hemos vivido. Por caminar conmigo.
Tarea difícil. Caminar conmigo nunca fue fácil si el objetivo no era perderse. Pero no me gusta tener otro. Perdiéndome me encuentro y es lo que he hecho una vez más. He tenido que perderme para encontrarme, para encontraros a algunos en la distancia, para encontraros a otros en mi aventura.
Siempre dispuesta a perderme, hoy me encontré y decidí perderme otra vez entre palabras, pues no nos dimos cuenta de que crecimos. Volvemos un poco a lo mismo. No nos dimos cuenta de cuando cambiamos las lágrimas por poemas.
No me di cuenta de cuando me di cuenta de todo esto. Quizás crecí y ya no me quedaban lágrimas. Pero, allá donde esté, siempre quedarán letras.