He llegado a la conclusión de que el invierno está sobrevalorado.
En verano todos pensamos en las ganas que hay de invierno, del ambiente navideño, de los jerseys gigantescos, de los abrazos tan cálidos. Qué bonito parece el invierno como lo muestran en las películas americanas con la ciudad pintada de blanco y el amor de tu vida empaquetado bajo el árbol.
Lo siento, pero pensemos en la cruda realidad. Acaba el verano, y el otoño ya anticipa el invierno. Todo empieza a volverse gris, las hojas se caen, y el frío cala los huesos. Las calles se vacían más temprano, y un montón de maletas sobrevuelan el país dejando sueños atrás y con las esperanzas puestas en volver a recogerlos.
Uno por uno, los amores del verano, los amigos de campamento, la familia creada en aquel crucero, todo vuelve a su cauce, y empieza el estado de verano imaginario. Es un despertar por la mañana pensando que se sigue en el mismo sitio que en agosto, e imaginar día y noche lo que habría sido y no fue por no durar el verano un mes más.
Con los años la llegada al invierno es más dura, más adioses en septiembre y menos holas en diciembre. La gente se va y cuando vuelve parece que todo vuelve a ser lo mismo, pero no lo es. Y las maletas acaban volviendo a casa, pero esta vez vacías y sin billete de vuelta.
El invierno rompe con las ilusiones, cuando cada año hay menos regalos bajo el árbol, menos personas sentadas a la mesa, y menos espíritu dentro de cada uno. Las fiestas se convierten en una excusa más para beber y olvidar, o en el mejor de los casos, para que la decoración de la casa distraiga lo suficiente como para no pensar en nada más.
La noche es más larga y los días más cortos, los tequieros más fríos y las lágrimas queman. Los besos bajo el muérdago se acabaron bajo aquella palmera, las luces ya no brillan como antes, y otro año nuevo empieza con una lista de deseos que nunca se cumplen.
Y ahí vemos que no hay nieve en las aceras, y el amor de tu vida no va a aparecer en nochebuena a las doce en punto. Los milagros se quedan en las películas,y de las películas sólo es cierta aquella frase de Hache. Que por mucho que esperemos, al final sólo ocurre una cosa: "llega el puto invierno".
domingo, 21 de diciembre de 2014
lunes, 17 de noviembre de 2014
Mejor tarde que nunca.
Sé que nos hemos equivocado, que la vida es dura, y las palabras son difíciles de decir cuando son sinceras. Sé que no hay alguien perfecto, que no hay persona que nunca falle, que cada vez que un sueño muere, otro se abre paso en tu cabeza, o a veces en tu corazón. Sé que nunca he sido lo que tú probablemente esperabas, sé que los años pasan y las cosas cambian, sé que para ti es fácil olvidar.
Sé que no recuerdas las noches en vela, las tardes de invierno con tanto que hacer y tan poco hecho, por estar a tu lado. Los "buenos días" de cada verano, para ver una sonrisa en ti.
Sé que la vida no es siempre bonita, y que nuestros caminos se separan, sí es que no lo han hecho ya. Sé que hemos intentado pensar que éramos felices, que has tirado tu pasado a la basura por mí, pero también sé que el pasado se recicla y está volviendo a tus manos. Sé que siempre pude hacer más de lo que hice, que pude haber pensado más en ti.Sé que yo siempre voy a decirte la verdad, y que estaré esperando a que la escuches, que no me importa la distancia, que no me importa el tiempo, y que desearía que todo siguiera como solía ser.Creces, cambias, maduras, piensas, perdonas, olvidas y pierdes costumbres. Y de todas formas, hay personas que siguen ahí después de días sin contacto, después de experiencias sin compartir. Porque en un tiempo, cuando ya no me conozca a mí misma, miraré atrás, y ahí en primera fila, espero que estés tú, y me digas "lo lograste". Y sigamos con nuestras palabras mudas, y horas de conversación sin decir nada. Con las costumbres de ahora, las que nunca han cambiado. Con los abrazos sin motivo y los enfados tontos que siempre acaban bien. Y quizás entonces sea tarde para hacer lo que teníamos que haber hecho, quizás sea tarde para rehacer nuestra vida, para ser lo que nunca fuimos. Pero como tú me dijiste un día, aquella fría tarde de diciembre, cuando te diste cuenta de todo lo que estábamos perdiendo pensando que ganábamos: mejor tarde que nunca.
Sé que no recuerdas las noches en vela, las tardes de invierno con tanto que hacer y tan poco hecho, por estar a tu lado. Los "buenos días" de cada verano, para ver una sonrisa en ti.
Sé que la vida no es siempre bonita, y que nuestros caminos se separan, sí es que no lo han hecho ya. Sé que hemos intentado pensar que éramos felices, que has tirado tu pasado a la basura por mí, pero también sé que el pasado se recicla y está volviendo a tus manos. Sé que siempre pude hacer más de lo que hice, que pude haber pensado más en ti.Sé que yo siempre voy a decirte la verdad, y que estaré esperando a que la escuches, que no me importa la distancia, que no me importa el tiempo, y que desearía que todo siguiera como solía ser.Creces, cambias, maduras, piensas, perdonas, olvidas y pierdes costumbres. Y de todas formas, hay personas que siguen ahí después de días sin contacto, después de experiencias sin compartir. Porque en un tiempo, cuando ya no me conozca a mí misma, miraré atrás, y ahí en primera fila, espero que estés tú, y me digas "lo lograste". Y sigamos con nuestras palabras mudas, y horas de conversación sin decir nada. Con las costumbres de ahora, las que nunca han cambiado. Con los abrazos sin motivo y los enfados tontos que siempre acaban bien. Y quizás entonces sea tarde para hacer lo que teníamos que haber hecho, quizás sea tarde para rehacer nuestra vida, para ser lo que nunca fuimos. Pero como tú me dijiste un día, aquella fría tarde de diciembre, cuando te diste cuenta de todo lo que estábamos perdiendo pensando que ganábamos: mejor tarde que nunca.
sábado, 25 de octubre de 2014
Nunca quise perderte.
No, no dejes que el pitido siga sonando, haz que se intercale, no te vayas. Todavía no es tu hora. Déjame decirte todo eso que nunca te dije.
Quédate dos minutos más para que te pueda contar que siempre te quise más de lo que nunca te pudiste imaginar. Que no te lo demostré siempre, pero te quería ahí, con esa sonrisa de todos los días, con tus consejos, tus broncas, tus batallitas.
Te quería aunque a veces no me apetecía hablar contigo, aunque a veces no te valoraba, aunque a veces no lo parecía.
Espera, aún no he acabado, vuelve, déjame tiempo para pedirte perdón. Perdón por todas esas veces que no estuve a tu lado cuando lo necesitaste, perdón por darme cuenta tarde de todo lo que hiciste por mí a lo largo de mi vida. Perdón porque tú me diste mucho y yo te di muy poco. Perdón por no creer en ti, por ignorarte cuando me decías que contabas la verdad, por pensar que todo eran excusas, por no informarme, por no ser objetiva.
¿Por qué tan pronto? Respira otra vez, levántate y acompáñame a hacer todo eso que no llegamos a hacer juntos. Celebremos ese cumpleaños que te había prometido, ese finde juntos. Vayamos a dar un paseo por el parque, o pasemos un día cerca del mar, eso que siempre te ha gustado.
Despierta y cuéntame todas esas historias de tu pasado, las que me fascinan, sobre esas proezas que realizaste, sobre tus errores y tus logros, tus defectos y virtudes.
Quéjate de la política, de como el mundo se cae de bruces contra el suelo, de que los políticos son unos chorizos mentirosos. Dime lo que piensas, lo que tu harías, tus ideas.
Mueve esa mano y vuelve a animar a tu equipo, o realmente al que cuadre cada dia. Grita que eso no fue fuera de juego, o que debería de ser penalti, pero luego proclama que mejor no opinas porque no sabes de fútbol.
¿Ves? Nos quedan tantas cosas por hacer, y el pitido sigue siendo continuo desde hace unos minutos. Puedo esperar a que despiertes, pero creo que has decidido dormir. Quizás debería irme. Quizás todo esto lo debería haber dicho esas veces en las que me mirabas con ojos llorosos, cuando te veía solo. Quizás ahora es demasiado tarde, y has decidido irte y nunca más me vas a escuchar.
Quizás es momento de pensar que te perdí, que no vas a abrir los ojos, y que mi tiempo para rectificar ya se ha acabado.
Quédate dos minutos más para que te pueda contar que siempre te quise más de lo que nunca te pudiste imaginar. Que no te lo demostré siempre, pero te quería ahí, con esa sonrisa de todos los días, con tus consejos, tus broncas, tus batallitas.
Te quería aunque a veces no me apetecía hablar contigo, aunque a veces no te valoraba, aunque a veces no lo parecía.
Espera, aún no he acabado, vuelve, déjame tiempo para pedirte perdón. Perdón por todas esas veces que no estuve a tu lado cuando lo necesitaste, perdón por darme cuenta tarde de todo lo que hiciste por mí a lo largo de mi vida. Perdón porque tú me diste mucho y yo te di muy poco. Perdón por no creer en ti, por ignorarte cuando me decías que contabas la verdad, por pensar que todo eran excusas, por no informarme, por no ser objetiva.
¿Por qué tan pronto? Respira otra vez, levántate y acompáñame a hacer todo eso que no llegamos a hacer juntos. Celebremos ese cumpleaños que te había prometido, ese finde juntos. Vayamos a dar un paseo por el parque, o pasemos un día cerca del mar, eso que siempre te ha gustado.
Despierta y cuéntame todas esas historias de tu pasado, las que me fascinan, sobre esas proezas que realizaste, sobre tus errores y tus logros, tus defectos y virtudes.
Quéjate de la política, de como el mundo se cae de bruces contra el suelo, de que los políticos son unos chorizos mentirosos. Dime lo que piensas, lo que tu harías, tus ideas.
Mueve esa mano y vuelve a animar a tu equipo, o realmente al que cuadre cada dia. Grita que eso no fue fuera de juego, o que debería de ser penalti, pero luego proclama que mejor no opinas porque no sabes de fútbol.
¿Ves? Nos quedan tantas cosas por hacer, y el pitido sigue siendo continuo desde hace unos minutos. Puedo esperar a que despiertes, pero creo que has decidido dormir. Quizás debería irme. Quizás todo esto lo debería haber dicho esas veces en las que me mirabas con ojos llorosos, cuando te veía solo. Quizás ahora es demasiado tarde, y has decidido irte y nunca más me vas a escuchar.
Quizás es momento de pensar que te perdí, que no vas a abrir los ojos, y que mi tiempo para rectificar ya se ha acabado.
viernes, 19 de septiembre de 2014
Síndrome del 31 de diciembre.
Se levantó de la cama con una resaca increíble. Hacía tiempo que la vida no le sonreía, pero tampoco ella le dedicaba a la vida ni un leve gesto de simpatía.
Miró alrededor y vio que su apartamento estaba demasiado desordenado incluso para ella. Dos semanas atrás, las fotos con él y los viejos recuerdos de los años de instituto con los colegas habían encontrado un lugar mejor en una caja vieja bajo la cama.
"Síndrome del campamento de verano", decían. Rió de sólo pensarlo. A ella le gustaba más llamarle el "Síndrome del 31 de diciembre". En fin de año, todos miran atrás y escriben palabras sobre lo diferentes que son las cosas del año anterior, lo raro que se siente todo, lo poco que se imaginaban que el año acabaría así. Y vuelta, "el mejor año de tu vida", pero saben que no lo será.
Así se sentía ese día. La ropa estaba por el suelo, los marcos vacíos, salvo unos cuantos con un par de fotos con nuevos amigos que de momento no le aportaban más que un par de horas de diversión, y unos discos de rock ochentero tirados en la cama después de haberles dado demasiadas vueltas.
¿Cómo había llegado a ese punto? Cierto era que hacía un par de años, no se habría imaginado estar dónde estaba.
Hacía dos días había llegado de Chicago, ciudad que le traía demasiados buenos recuerdos. De todas formas, como en un buen 31 de diciembre, todo se notaba cambiado. Quizás el viejo barrio había cambiado, o sus vecinos habían repintado la fachada de la casa, aunque juraría que su ciudad natal no era lo que estaba distinto. Su vida era distinta.
No había nadie de los de antes. New York, Los Angeles, Seattle, Miami. Cada uno había escogido su propio camino, y en la ciudad se respiraba un aire diferente. Ella había acabado en Detroit hacía un año, cansada de vagar de estado en estado, buscando un verdadero hogar dónde quedarse. Pensó haberlo encontrado, cuando ese chico con pintas de motero se ganó un sitio en su vida, o más bien, llenó su vida, pues estaba vacía. Por desgracia, no funcionó. Pero estaba harta de huir, de nunca sentirse en casa, y decidió que allí se quedaría. Sin embargo, con la intención de hacer un último viaje, su intento de volver a la ciudad que le había visto crecer, no había dado resultado.
Echaba de menos cómo dos años antes, seguía en contacto con todos los amigos de la infancia, y recordó con tristeza cómo las palabras se había ido haciendo escasas en esos últimos años, hasta que se hicieron nulas.
Por lo menos ver a papá y mamá, hacía las cosas más fáciles. Pasear por Navy Pier era algo que siempre le había relajado, así que también había aprovechado para hacerlo.
Aún así, de vuelta a su apartamento de Jefferson Avenue, encendió el último cigarro que le quedaba, y asomada al balcón supo que era el momento de darle un giro a su vida, y aceptar de una vez por todas que nada era como antes y el pasado no iba a volver. Supo que en medio de septiembre, también podía ser 1 de enero.
Miró alrededor y vio que su apartamento estaba demasiado desordenado incluso para ella. Dos semanas atrás, las fotos con él y los viejos recuerdos de los años de instituto con los colegas habían encontrado un lugar mejor en una caja vieja bajo la cama.
"Síndrome del campamento de verano", decían. Rió de sólo pensarlo. A ella le gustaba más llamarle el "Síndrome del 31 de diciembre". En fin de año, todos miran atrás y escriben palabras sobre lo diferentes que son las cosas del año anterior, lo raro que se siente todo, lo poco que se imaginaban que el año acabaría así. Y vuelta, "el mejor año de tu vida", pero saben que no lo será.
Así se sentía ese día. La ropa estaba por el suelo, los marcos vacíos, salvo unos cuantos con un par de fotos con nuevos amigos que de momento no le aportaban más que un par de horas de diversión, y unos discos de rock ochentero tirados en la cama después de haberles dado demasiadas vueltas.
¿Cómo había llegado a ese punto? Cierto era que hacía un par de años, no se habría imaginado estar dónde estaba.
Hacía dos días había llegado de Chicago, ciudad que le traía demasiados buenos recuerdos. De todas formas, como en un buen 31 de diciembre, todo se notaba cambiado. Quizás el viejo barrio había cambiado, o sus vecinos habían repintado la fachada de la casa, aunque juraría que su ciudad natal no era lo que estaba distinto. Su vida era distinta.
No había nadie de los de antes. New York, Los Angeles, Seattle, Miami. Cada uno había escogido su propio camino, y en la ciudad se respiraba un aire diferente. Ella había acabado en Detroit hacía un año, cansada de vagar de estado en estado, buscando un verdadero hogar dónde quedarse. Pensó haberlo encontrado, cuando ese chico con pintas de motero se ganó un sitio en su vida, o más bien, llenó su vida, pues estaba vacía. Por desgracia, no funcionó. Pero estaba harta de huir, de nunca sentirse en casa, y decidió que allí se quedaría. Sin embargo, con la intención de hacer un último viaje, su intento de volver a la ciudad que le había visto crecer, no había dado resultado.
Echaba de menos cómo dos años antes, seguía en contacto con todos los amigos de la infancia, y recordó con tristeza cómo las palabras se había ido haciendo escasas en esos últimos años, hasta que se hicieron nulas.
Por lo menos ver a papá y mamá, hacía las cosas más fáciles. Pasear por Navy Pier era algo que siempre le había relajado, así que también había aprovechado para hacerlo.
Aún así, de vuelta a su apartamento de Jefferson Avenue, encendió el último cigarro que le quedaba, y asomada al balcón supo que era el momento de darle un giro a su vida, y aceptar de una vez por todas que nada era como antes y el pasado no iba a volver. Supo que en medio de septiembre, también podía ser 1 de enero.
sábado, 15 de febrero de 2014
Soy así.
La vida no es una mierda: lección que cuesta aprender. La mierda son las personas.
Esos que por tener una gorra y jersey de marca creen que dominan el mundo, esos que te miran por encima del hombro porque no fumas la misma mierda que ellos, esos que se emborrachan cada sábado para después poder decir "ni me acuerdo de lo qué hice, pero fue un puto desfase".
La vida te da elecciones, o las tomas o las dejas, puedes ser un idiota, o conservar tu dignidad, aunque puedes ser las dos cosas, pero la dignidad será fingida. Por lo tanto la culpa no es de la vida.
La vida me ha dado muchos golpes, sí, pero los moratones siempre se blanquean, y cuantas más cicatrices quedan, más dura queda la piel. La vida te hace fuerte, para que luches contra esos que te creen débil.
Hace tiempo que dejaron de importarme las razones por las que la gente hace las cosas, y empecé a buscarme mis propias razones. Busqué hasta que me di cuenta de que lo poco que queda para siempre es mi madre, mi padre y mi hermano. Algunas amistades también valen oro, pero nunca sabes cuando el oro se va a oxidar. Los puñales vuelan, si no te apartas a tiempo, te marcan para siempre.
Nunca callo lo que pienso, si no es por respeto, aunque algunos no lo merezcan, porque lo que piensen otros no me importa, yo tengo mis ideales, si no te gustan, gracias por haber venido.
Eso es lo que me han hecho las personas, no la vida. Han hecho que conserve un corazón bueno, pero ahora no abierto a todos, sólo a aquellos que lo cuidan, o a los que no les han dejado conservar el suyo. Que ahora ya no soy tonta, si con alguien puedo contar para todo, es conmigo misma y con mi conciencia, porque yo a mí no me engaño. Sé que tengo mis límites, sé que no soy perfecta, pero lo poco bueno que tengo, lo aprecio, y lo admiro, admiro la fuerza que tuve cuando nadie me la daba. Porque cuando estuve sola, o me quería o me hundía, y no, yo nunca seré el Titanic, ni por lujoso, ni por hundido.
Pero igual que mis virtudes, también sé mis defectos. Sé que quería demasiado, y ahora ya no me dejo querer. Sé que era muy obsesiva, y ahora paso de todo. Sé que lloraba sin motivo, y ahora me río en vuestra cara. Y hay muchos otros defectos que aún intento remediar, aunque no sea tan fácil, pero crezco día a día, que si no creces te encojen.
No intento aparentar ni lo que no soy, ni lo que no siento. Si no me gustas, lo sabes. Si te sonrío es de verdad. No voy a sitios pijos, ni me rodeo con gente de la que pueda fardar por su importancia. Prefiero un antro si es con gente de la que fardo por lo que me han demostrado.
No necesito que me admiren, ni que hablen bien de mí, me levanto todos los días por ver las sonrisas de esos que quiero, esas personas que se cuentan con los dedos de las que sí que quiero escuchar opiniones.
Tampoco necesito que digan mierda a las espaldas, pero sé que eso es inevitable, ya que les importa mi vida, no sé por qué razón. Así que si eso les hace pasar un buen rato, adelante, que disfruten de mi vida real, que la suya es una farsa.
La mierda son las personas, la vida las pone en el camino para que aprendamos a reír y a pensar en nosotros, que ya va siendo hora. Qué la vida sí que ayuda, te dice lo que vales, te dice hasta dónde llegas, y hasta dónde puedes llegar. Te da varias opciones, tú eliges, pensar por ti mismo, dejar que otros piensen por ti. Luchar por tus sueños, dejar que otros te usen para luchar por los suyos.
Pero sólo yo me conozco, sólo yo sé lo que quiero, y mientras tenga un motivo, seguiré viviendo por mí y los míos, no por esos que me quisieron ver en el suelo, y lo único que consiguieron fue verme volar más alto, para verlos desde arriba como puntos, insignificantes.
viernes, 24 de enero de 2014
Qué ironía.
Irónico. A veces este mundo da risa. Risa de esa que te sale por no llorar.
Irónico que los que más tienen sean los que menos dan. Irónico que los que más tienen son los que más se quejan. Irónico que los que más tienen sean los que más pueden llegar a tener.
Irónico que una persona pobre necesite robar un trozo de pan para que su hijo pueda comer, y acabe en la cárcel teniendo que pagar miles para salir, y que un millonario robe millones, y ni siquiera llegue a estar en la cárcel.
Irónico que nos estén destrozando una de las pocas cosas buenas que teníamos, la sanidad. Irónico que una niña sea violada, y el cabrón que la deja embarazada tenga menos años de cárcel que ella si va a abortar.
Irónico que una persona trabaje 14 horas al día haciendo esos playeros de marca que te compras por 80€, y que esa persona sólo se lleve 1€, mientras que un señor gordo con un puro está sentado en un sillón en su casa, pensando que se ha llevado 79€ por par gracias a la gran idea de ponerle un simbolito a los tenis que esa gente (que tiene explotada) está fabricando.
Irónico que niños de 10 años estén siendo educados para matar en algunos países, por las mismas personas que los separaron de sus familias, haciéndoles creer que no les estaban enseñando a ser lo suficientemente fuertes.
Irónico que adolescentes cometan locuras por el qué dirán. Irónico que alguien se corte las venas en un acto de desesperación, por culpa de otras personas que se subían su baja autoestima a costa de esa persona. Irónico que alguien se destroce la vida con las drogas por no ser menos que los demás, o porque es la única solución que les queda para evadirse.
Irónico que adolescentes cometan locuras por el qué dirán. Irónico que alguien se corte las venas en un acto de desesperación, por culpa de otras personas que se subían su baja autoestima a costa de esa persona. Irónico que alguien se destroce la vida con las drogas por no ser menos que los demás, o porque es la única solución que les queda para evadirse.
Irónico que personas que te dicen que ayudes a los demás y que vivas en la humildad están viviendo con sueldazos en un palacio.
Irónico que esas personas que salen en la tele diciéndote que la crisis acabará pronto, estén pasándose sobres de mano en mano por debajo de dónde el objetivo de la cámara está enfocando.
¿Irónico, verdad? Tanto que parece mentira. Y ojalá lo fuera.
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