domingo, 21 de diciembre de 2014

Llega el puto invierno.

He llegado a la conclusión de que el invierno está sobrevalorado.
En verano todos pensamos en las ganas que hay de invierno, del ambiente navideño, de los jerseys gigantescos, de los abrazos tan cálidos. Qué bonito parece el invierno como lo muestran en las películas americanas con la ciudad pintada de blanco y el amor de tu vida empaquetado bajo el árbol.
Lo siento, pero pensemos en la cruda realidad. Acaba el verano, y el otoño ya anticipa el invierno. Todo empieza a volverse gris, las hojas se caen, y el frío cala los huesos. Las calles se vacían más temprano, y un montón de maletas sobrevuelan el país dejando sueños atrás y con las esperanzas puestas en volver a recogerlos.
Uno por uno, los amores del verano, los amigos de campamento, la familia creada en aquel crucero, todo vuelve a su cauce, y empieza el estado de verano imaginario. Es un despertar por la mañana pensando que se sigue en el mismo sitio que en agosto, e imaginar día y noche lo que habría sido y no fue por no durar el verano un mes más.
Con los años la llegada al invierno es más dura, más adioses en septiembre y menos holas en diciembre. La gente se va y cuando vuelve parece que todo vuelve a ser lo mismo, pero no lo es. Y las maletas acaban volviendo a casa, pero esta vez vacías y sin billete de vuelta.
El invierno rompe con las ilusiones, cuando cada año hay menos regalos bajo el árbol, menos personas sentadas a la mesa, y menos espíritu dentro de cada uno. Las fiestas se convierten en una excusa más para beber y olvidar, o en el mejor de los casos, para que la decoración de la casa distraiga lo suficiente como para no pensar en nada más.
La noche es más larga y los días más cortos, los tequieros más fríos y las lágrimas queman. Los besos bajo el muérdago se acabaron bajo aquella palmera, las luces ya no brillan como antes, y otro año nuevo empieza con una lista de deseos que nunca se cumplen.
Y ahí vemos que no hay nieve en las aceras, y el amor de tu vida no va a aparecer en nochebuena a las doce en punto. Los milagros se quedan en las películas,y de las películas sólo es cierta aquella frase de Hache. Que por mucho que esperemos, al final sólo ocurre una cosa: "llega el puto invierno".

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