A Jorge, aunque aún no lo entienda.
Aún no te siento
y ya te noto cerca.
Hasta puedo ver en ti
los mismos ojos azules
que hoy me dan tanta paz.
El día que los abras
espero que no te asustes
de las piedras del camino:
no será fácil,
pero no estarás solo.
Espero también que,
cuando sonrías,
ilumines una galaxia entera
como lo hace ella
al bailar
con la felicidad de un instante.
Ya te veo correr
a contracorriente,
fluyendo la sangre rebelde
de tu historia
por tus venas,
y mirar con la ternura
que refleja un arcoiris
en cada uno de sus colores.
Sabiendo de dónde vienes,
no tengo dudas
de que encontrarás tu sitio
en este caos de madriguera
a la que llamarás hogar.
La selva te protegerá
como lo hizo con ellos
y también conmigo.
No temas al tropezar
pues,
si no hubiésemos tropezado,
mi tinta no escribiría estas letras.
Quizás no siempre encuentres el norte
y no pasa nada.
Quizás no encajes:
brillarás demasiado
para quién acostumbra vivir a oscuras.
No te hemos dejado un mundo
demasiado amable
(y juro que lo intentamos).
Ojalá tú
seas capaz de transformarlo,
lo llevas en el ADN.
A mí
me encontrarás entre los árboles,
cuidando de tu sombra,
sobrevolando tus pasos.
Los míos los acompañarán
cuando me necesites.
Cuando no...
yo vuelo.
Te enseñaré a volar.
Quién te quiere,
a veces,
tiene miedo al desplegar de tus alas.
Pero no te preocupes,
te mostraré que siempre funcionan.
Me gustaría decirte
que seré un hada madrina
de cuento,
de las que conceden un deseo.
Pido disculpas porque,
sin querer,
gasté mi propio deseo.
Pedí amor y,
con tu llegada,
me di cuenta
de que hace tiempo
que estoy rodeada de él.