domingo, 30 de agosto de 2015

Home is wherever I'm with you.

Hogar. Palabra versátil, cambia de significado cual camaleón adaptándose a las circunstancias.
Hablamos de hogar de forma equivocada mil veces, pues el sitio dónde vivimos no siempre es hogar. Esa palabra incluye una serie de sentimientos y una serie de colores especiales que no cualquier lugar es capaz de proporcionar.
De hecho, me resulta muy difícil asociar esa palabra a un lugar. En los lugares suceden cosas, se sienten emociones, se dicen palabras, se destrozan paredes, se rompen corazones, se aman personas, se saltan las normas, se viven momentos y se ríe la vida. Pero no es el lugar el que hace que todo esto suceda, siempre hablamos de forma impersonal, porque son personas las que provocan todo esto.
Las personas crean hogares. Pues sólo las personas son capaces de crear sentimientos tan fuertes que aten tu corazón a algo, tanto que necesites volver a ellas para sentirte en paz, para sentir que ese es el lugar dónde debes estar.
Cada persona llama hogar a un lugar diferente, normalmente con nombre y apellidos, o con el nombre que marca un punto en el mapa, convertido en destino remoto de un corazón que voló.
En mi caso, si algo puedo asegurar es que no conocí a persona a quién se le diese tan bien crear hogares como se te daba a ti.
Empiezo a pensar que esa es la razón por la que siento que no pertenezco a ningún sitio desde que te fuiste. Creaste amaneceres en días en los que al sol no le apetecía salir de su guarida, iluminando cada punta de la habitación donde fuimos lo que nunca contamos. Me haces echar de menos tu luz. Era un color diferente, Una mezcla entre el color de tu camisa favorita, la de los días especiales, y la valla que rompimos una de esas veces que nos escapamos del mundo en los días que éste se nos quedaba pequeño.
Sé que eres hogar por la forma que siento que la cuerda que un día trenzamos me sigue tirando hacia ti. Aunque a veces no sé dónde estás. Es extraño, pero siento que no encajo y me cambio de sitio instintivamente. Nunca sé a dónde voy pero, curiosamente, me cruzo contigo tras cada cambio.
Duelen las noches, soñando dormida, que puede parecer lo más natural, pero no lo era contigo. Soñar despierta se había convertido en un hábito y ahora vivo una pesadilla. Duelen los días, porque quizás ahora regales tus versos a cualquier musa que pretenda ocupar mi lugar, pero mi lugar está en tu espalda y espero cada roce te recuerde a mí.
Y es que el día que no me recuerdes, estaré perdida. Porque, como ya he dicho, nadie va a crearme un hogar como lo hiciste tú.
No voy a culparte por irte, sé lo difícil que puede ser acostumbrarte a vivir en medio de este desastre, pero yo no me iré. No aplico el ojo por ojo, Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego. Y para ciego tú, que marchaste sin rumbo ni mapa. Que buscas abrigo en tejados ajenos, volviendo siempre al mío, al que no te atreves a llamar hogar.
O yo. Que me he resignado a que no hay mejor tejado que el cielo abierto sobre tu risa.

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