Hace tiempo
que no me escriben versos.
Puede que incluso los ya escritos
hayan volado.
Y la luna brille hoy con esa fuerza
porque es más fácil derrochar la luz que hacer el esfuerzo de levantarse y apagarla.
Y te ilumine sin haberme dado protección previamente. Y me deslumbres.
Porque hace tiempo
que nadie me escribe versos.
Que me prometieron susurrarme besos por Malasaña y jugar al escondite entre las Torres de Quart. Romper las olas del Atlántico a gritos desde los acantilados y tirar a la marea los sueños perdidos al lado equivocado del océano.
Y no ocurrió.
Me recorrí tantas calles de lugares ajenos buscando abrigo. Y en los bares de Madrid no encontré a quién esperaba, las Torres se derrumbaron a mi paso, las rocas que baña el mar están ahora llenas de silencio y me han dicho con acento americano que ya no hay tiempo para sueños.
Me recorrí tantas calles de lugares ajenos buscando abrigo. Y en los bares de Madrid no encontré a quién esperaba, las Torres se derrumbaron a mi paso, las rocas que baña el mar están ahora llenas de silencio y me han dicho con acento americano que ya no hay tiempo para sueños.
Y hace tanto, tanto frío.
Pero tú, sin promesas, apareces y te recorres mis piernas sin miedo a encontrarte baches. Me miras como si quisieras aprenderte cada una de mis pecas y hablarme con los ojos.
Y hace tiempo que no me dedican versos,
pero tú has escrito con los dedos
al menos cuatro poemas en mi espalda
y mi cadera ya los recita.
Y ojalá ni me prometas nada, sólo da pasos en falso sobre los de quién prometió antes.
En falso
porque me gusta caerme.
Que desde el suelo no puedo ir más profundo.
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