Ojalá encuentres tu camino, ojalá sepas qué quieres hacer, dónde quieres encontrar un nuevo hogar, y a qué proyecto dedicar tus esfuerzos y tus ganas, al menos, los próximos años.
Y ojalá te vaya bien.
Ojalá me olvides. Ojalá vuelvas por la misma ciudad cansina que nos vio crecer, camines por mi barrio, por el tuyo, por ninguno, o por los dos, y no me recuerdes. Que todo quede en el olvido, que no te quedes toda la noche despierto, como suele pasarte, y que no me llames. Que no me hagas dudar... una vez más.
Ojalá te quedes con lo bueno, con que fuiste la persona en la que confié más ciegamente en mi corta vida, con las conversaciones serias tirados en cualquier banco, o las no tan serias en las que acabábamos peleándonos cual críos. De alguna forma u otra, supongo que a veces es lo que somos, tan sólo críos.
Y ojalá hayas aprendido de lo malo. Y cuando oigas gritos al otro lado de la pared en cualquier piso de alquiler, no te culpes por las veces en las que esos fuimos nosotros. Fuimos cada respuesta que denotaba bipolaridad, el no saber qué hacer, culpándonos sin sentido y dando golpes a contenedores cada uno en un lado de la ciudad, tras patearnos, como poco, cincuenta calles perdidas de las que nunca sabremos el nombre. Pero aprendimos. Aprendimos que los buenos a veces no somos tan buenos, que todos tenemos que ser quién hace daño alguna vez. Ayer te tocó a ti y hoy me toca a mí. Aprendimos que una cosa es estar ciego y otra es ir sin bastón. Demasiado ciega para andar al descubierto y tú demasiado despistado como para no tropezar conmigo.
Qué bonito poder decirlo. Ojalá logres todo lo que te propongas. Siempre creí en ti y, aunque no lo mereces, no voy a dejar de hacerlo. Ojalá triunfes allá dónde vayas con cualquiera de tus cualidades. Te voy a seguir apoyando, aunque no te recuerde, aunque no pienses en mí, siempre quedará algo que te dará fuerza cuando no la tengas, y llegarás alto.
Ojalá... ojalá seas muy feliz. Que el miedo no te vuelva a impedir ser feliz. Que el miedo no te vuelva a impedir arriesgar, otra vez. Que el miedo no te vuelva a obligar a tener que sincerarte cuando ya era demasiado tarde. Que el miedo te deje vivir. Ojalá. Ojalá no te vuelvas a arrepentir de no haberte quedado. Que sigas sonriendo como sólo tú sabes, que seas un hombro dónde llorar para quién lo necesite y que trates a muchas personas la mitad de bien que me trataste a mí cuando más lo necesitaba. Y ojalá aquel bar siga recogiendo tus historias como lo hizo un día con los dos.
Ojalá seas muy feliz, de verdad.
Por experiencia te digo, que se tardan muchas noches en olvidar(te), pero con una es suficiente para decidir ser feliz.
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