Te miro de la forma en la que mira alguien
que hace al menos cien años
que no mira así.
Lo cual es casi una paradoja
pero hay situaciones que presentan daños
y quedan enredadas.
Como cuando te lancé esa mirada.
Tú pestañeas y giras la cara
para que no vea asomarse esa sonrisa rota
que llevo un tiempo intentando coser.
A mí me cosieron las heridas
a base de clavar la aguja
y yo no quiero que sufras
así que cojo tu mano y acaricio tu piel,
en lugar de atravesarla.
Dejo que el aire te limpie la cicatriz
y te encienda como a las colillas cuando ya no dan más de sí.
Porque eres puro fuego
aunque no lo veas,
aunque nos hagamos los locos
y las noches sepan a poco desde que fingimos no conocernos,
sabiendo que tu pecho y el mío son más que conocidos.
Desde que queremos dejar de ser más que amigos
y acabamos, hoy,
un poco menos lejos que ayer
de ser lo que nunca fuimos.
sábado, 29 de octubre de 2016
domingo, 16 de octubre de 2016
Treboada.
Llueve.
Gotas que se pierden
como nos perdimos sin querer
en este mar de dudas.
Que quizá no aguante más locuras
y pida auxilio a otro vaivén
que le devuelva a la vida.
No encuentro otra forma de volver a casa
que no sea el desastre de una tormenta.
que no sea el desastre de una tormenta.
Tal vez es que ya no tengo hogar
y lo único que me da un consuelo son los días grises,
el sonido que me vio crecer
saltando en charcos y mojando pensamientos.
saltando en charcos y mojando pensamientos.
Y hoy nos empeñamos en no mojarnos para no despertar,
mientras siguen colocando paraguas que no nos dejan ver el cielo.
Eso es lo que quieren,
que no veamos el cielo
y sigamos llorando por quién abandonó nuestra habitación de madrugada
después de un intento de cubrir nuestra miseria con placer.
Que sigamos lamentándonos por lo que pasa en el campo de un estadio
para que la televisión no nos tenga que mostrar lo que pasa en un campo de concentración.
Pienso que nos hace falta a nosotros ese campo,
para concentrarnos en lo que verdaderamente importa,
aunque ya no importe a nadie,
y que la lluvia vuelva a empapar nuestra ropa
para que se desgaste.
Volver a ver las heridas
que nos dejaron los años
en la oscuridad de un cielo escondido.
Gritar hasta romper los muros
que se caiga el abrigo
y los paraguas se rompan.
Porque hoy llueve, pero la lluvia ya no es la misma
desde que no hay casa que me retenga,
desde que no recuerdo mi hogar
ni la última vez que me sentí libre de verdad.
Probablemente sólo me queda arriesgar todo a un número
y rezar que no caiga en el 9,
que siempre me dio mala suerte.
Nos queda ser lluvia otra vez,
y perdernos por las calles por las que juramos ser eternas,
para encontrar un mar al que desembocar
en el que por fin podamos ver las estrellas.
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