Te miro de la forma en la que mira alguien
que hace al menos cien años
que no mira así.
Lo cual es casi una paradoja
pero hay situaciones que presentan daños
y quedan enredadas.
Como cuando te lancé esa mirada.
Tú pestañeas y giras la cara
para que no vea asomarse esa sonrisa rota
que llevo un tiempo intentando coser.
A mí me cosieron las heridas
a base de clavar la aguja
y yo no quiero que sufras
así que cojo tu mano y acaricio tu piel,
en lugar de atravesarla.
Dejo que el aire te limpie la cicatriz
y te encienda como a las colillas cuando ya no dan más de sí.
Porque eres puro fuego
aunque no lo veas,
aunque nos hagamos los locos
y las noches sepan a poco desde que fingimos no conocernos,
sabiendo que tu pecho y el mío son más que conocidos.
Desde que queremos dejar de ser más que amigos
y acabamos, hoy,
un poco menos lejos que ayer
de ser lo que nunca fuimos.
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