Llueve.
Gotas que se pierden
como nos perdimos sin querer
en este mar de dudas.
Que quizá no aguante más locuras
y pida auxilio a otro vaivén
que le devuelva a la vida.
No encuentro otra forma de volver a casa
que no sea el desastre de una tormenta.
que no sea el desastre de una tormenta.
Tal vez es que ya no tengo hogar
y lo único que me da un consuelo son los días grises,
el sonido que me vio crecer
saltando en charcos y mojando pensamientos.
saltando en charcos y mojando pensamientos.
Y hoy nos empeñamos en no mojarnos para no despertar,
mientras siguen colocando paraguas que no nos dejan ver el cielo.
Eso es lo que quieren,
que no veamos el cielo
y sigamos llorando por quién abandonó nuestra habitación de madrugada
después de un intento de cubrir nuestra miseria con placer.
Que sigamos lamentándonos por lo que pasa en el campo de un estadio
para que la televisión no nos tenga que mostrar lo que pasa en un campo de concentración.
Pienso que nos hace falta a nosotros ese campo,
para concentrarnos en lo que verdaderamente importa,
aunque ya no importe a nadie,
y que la lluvia vuelva a empapar nuestra ropa
para que se desgaste.
Volver a ver las heridas
que nos dejaron los años
en la oscuridad de un cielo escondido.
Gritar hasta romper los muros
que se caiga el abrigo
y los paraguas se rompan.
Porque hoy llueve, pero la lluvia ya no es la misma
desde que no hay casa que me retenga,
desde que no recuerdo mi hogar
ni la última vez que me sentí libre de verdad.
Probablemente sólo me queda arriesgar todo a un número
y rezar que no caiga en el 9,
que siempre me dio mala suerte.
Nos queda ser lluvia otra vez,
y perdernos por las calles por las que juramos ser eternas,
para encontrar un mar al que desembocar
en el que por fin podamos ver las estrellas.
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