antes de admitirlo,
pero soñaba con que algún día
me sorprendieses
con un anillo en la mano
y me lo pusieras en el dedo
diciendo que querías pasar
el resto de tu vida a mi vera.
Sabía a ciencia cierta
que llegaría tarde a la boda,
con un vestido de todo menos tradicional.
Con un moño despeinado,
el maquillaje estropeado
y descalza por no aguantar los tacones.
Podía verte sonreír,
esperándome.
Con tus chicos a tu lado,
tu pajarita estampada,
y llorando nada más verme.
Podía sentir el beso
con el que me dirías sí,
podía escuchar el vals,
que te negarías mil veces a bailar,
pero acabarías cediendo.
Tenía en mente nuestra familia.
Dos niños correteando,
seríamos como la película.
Sabrían defenderse, encontrarse,
perderse, quererse, alejarse
y, sobre todo, serían felices.
Porque tendrían amor.
Como siempre tuvimos nosotros.
Pero a veces la razón se equivoca.
¿Y ahora qué hago con las certezas?
¿A dónde tiro los planes y las promesas?
Puede que muera un poco
al admitirlo
pero no quiero olvidar
nuestro futuro.
No quiero crear otro,
regrabarlo por encima
borrar lo que pudo ser.
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