Escribo
porque sé que tú sigues leyendo
y, si lees,
es porque aún esperas que te escriba.
En cambio tú
ya hace tiempo que no me escribes
y, he de decir,
que esta vida se hace dura sin tus versos.
No diré que no me importa
porque ya me harté de mentiras
y porque hay sensaciones que tú,
mejor que nadie,
sabes que no sé ocultar.
Lo sabes mejor que nadie,
porque me conoces mejor que nadie,
porque me ayudaste a construírme
y a deconstruírme,
porque no tenemos la misma sangre
pero te llamaría hermano,
porque te escribí "Amigo"
pensando que nadie
le podría hacer tanto honor a esa palabra.
Aunque, hoy,
ya no sé dónde quedaron
las promesas grabadas en las rocas,
ni los barcos que dejamos desaparecer
en ese nuestro horizonte.
Sólo queda un barco de papel
que te empeñas en hundir
a pesar de que yo intento mantenerlo a flote.
Podría huír
y, si te he visto, no me acuerdo.
O fingir que ese lugar
que un día compartí contigo
vuelve a ser sólo mío.
Pero no soy tan frágil
como para rendirme a la tercera,
sin pelear por unos segundos más
de esa lógica absurda
con la que quisimos interpretar
este caos que quieren llamar existencia,
sin saber lo que es realmente existir.
Así que me limitaré a hacerte saber,
si aún sigues buscando calma en mis letras,
que si algún día todo muere,
todavía eres el único que sabe dónde me escondo.
Y que pase el tiempo que pase,
amigo,
mi poeta favorito
seguirás siendo tú,
aunque yo ya no esté
ni en tu lista de "después lo leo".
domingo, 29 de enero de 2017
miércoles, 18 de enero de 2017
No me salen las cuentas.
Ya no me salen las cuentas
de cuántas veces me he caído de la cama
por pensar que el suelo estaba más cerca.
No me salen las cuentas
al pensar que me he lanzado al vacío
pretendiendo aterrizar sobre seguro
y nunca fue así.
Pensaba que éramos perfectas imperfecciones vagando por este mundo
que ya no cree en los milagros
esperando uno que nos diese la señal.
Pero no me salieron las cuentas
en las noches de diciembre en que escribí mil versos tristes
esperando a que alguien me cambiase a Neruda por otro poeta menos cobarde,
que hubiese escrito palabras repletas de luz
aún cuando no se había ni inventado el fuego.
Pero fuimos tan sólo imperfectos,
sin ni un atisbo de perfección.
Y,
esto,
nos destruyó.
Cegamos los ojos de los visionarios que anunciaban buenos tiempos,
quienes dejaron de verse hasta en el espejo.
Intentamos reconocer el fallo
sin darnos cuenta
de que nunca hubo uno.
Y por eso siguen sin salir las cuentas
de las rayas que dibujé en la pared
contando los días para verte.
Fueron,
en mi opinión,
demasiadas
para que al final,
contra todo pronóstico,
acabásemos siendo demasiado imperfectos
como para permitir que algo funcionase perfectamente
entre tú
y yo.
de cuántas veces me he caído de la cama
por pensar que el suelo estaba más cerca.
No me salen las cuentas
al pensar que me he lanzado al vacío
pretendiendo aterrizar sobre seguro
y nunca fue así.
Pensaba que éramos perfectas imperfecciones vagando por este mundo
que ya no cree en los milagros
esperando uno que nos diese la señal.
Pero no me salieron las cuentas
en las noches de diciembre en que escribí mil versos tristes
esperando a que alguien me cambiase a Neruda por otro poeta menos cobarde,
que hubiese escrito palabras repletas de luz
aún cuando no se había ni inventado el fuego.
Pero fuimos tan sólo imperfectos,
sin ni un atisbo de perfección.
Y,
esto,
nos destruyó.
Cegamos los ojos de los visionarios que anunciaban buenos tiempos,
quienes dejaron de verse hasta en el espejo.
Intentamos reconocer el fallo
sin darnos cuenta
de que nunca hubo uno.
Y por eso siguen sin salir las cuentas
de las rayas que dibujé en la pared
contando los días para verte.
Fueron,
en mi opinión,
demasiadas
para que al final,
contra todo pronóstico,
acabásemos siendo demasiado imperfectos
como para permitir que algo funcionase perfectamente
entre tú
y yo.
martes, 10 de enero de 2017
Nadie.
Sin querer,
me creí bala perdida
como si en algún momento
hubiese pertenecido a alguien
o a algo
o a algún lugar.
Y, sin querer,
(queriendo)
me perdí sin haber conocido nunca
ni el principio de mi camino,
en busca respuestas que,
ojalá,
nunca me llevasen a encontrarme.
Me aferré a unas raíces
que nunca fueron las mías
creciendo como un injerto mal plantado
de un árbol que estaba a punto de secarse del todo.
Me creí capaz de florecer
con flores que nunca fueron de mi especie
y di frutos que no valían ni para adornar la mesa.
Y me pregunté...
¿para qué?
Mirando a todos lados buscando una escapatoria
que me ayudase a dudar de todo,
como Descartes,
hasta de mi propia existencia,
pues aún no tengo muy claro
si existo porque pienso
al no saber si pienso
o sólo enredo ideas que aún no sé procesar.
Y salí a respirar,
como si el oxígeno pudiese activar corazones,
inhalando bocanadas de gas lacrimógeno casero,
de ese que hacen con mentiras,
un pasado que es mejor no recordar
y dedos rotos en pedazos tras contar a los que creía amigos con los pocos de mis manos.
Pero a mis lágrimas les faltaba sal
y vine a buscar montañas blancas que no se riesen de mí con la felicidad de la nieve.
Aquí estoy dejando mi huella en la arena,
preguntándome si este desierto podría ser un oasis
cuando se trata de una vida que hoy encuentro tan árida.
Si quizás este silencio podría confundir
a todas las voces que,
en mi cabeza,
siguen llamándome
nadie.
me creí bala perdida
como si en algún momento
hubiese pertenecido a alguien
o a algo
o a algún lugar.
Y, sin querer,
(queriendo)
me perdí sin haber conocido nunca
ni el principio de mi camino,
en busca respuestas que,
ojalá,
nunca me llevasen a encontrarme.
Me aferré a unas raíces
que nunca fueron las mías
creciendo como un injerto mal plantado
de un árbol que estaba a punto de secarse del todo.
Me creí capaz de florecer
con flores que nunca fueron de mi especie
y di frutos que no valían ni para adornar la mesa.
Y me pregunté...
¿para qué?
Mirando a todos lados buscando una escapatoria
que me ayudase a dudar de todo,
como Descartes,
hasta de mi propia existencia,
pues aún no tengo muy claro
si existo porque pienso
al no saber si pienso
o sólo enredo ideas que aún no sé procesar.
Y salí a respirar,
como si el oxígeno pudiese activar corazones,
inhalando bocanadas de gas lacrimógeno casero,
de ese que hacen con mentiras,
un pasado que es mejor no recordar
y dedos rotos en pedazos tras contar a los que creía amigos con los pocos de mis manos.
Pero a mis lágrimas les faltaba sal
y vine a buscar montañas blancas que no se riesen de mí con la felicidad de la nieve.
Aquí estoy dejando mi huella en la arena,
preguntándome si este desierto podría ser un oasis
cuando se trata de una vida que hoy encuentro tan árida.
Si quizás este silencio podría confundir
a todas las voces que,
en mi cabeza,
siguen llamándome
nadie.
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