domingo, 29 de enero de 2017

No quedan atardeceres.

Escribo
porque sé que tú sigues leyendo
y, si lees,
es porque aún esperas que te escriba.
En cambio tú
ya hace tiempo que no me escribes
y, he de decir,
que esta vida se hace dura sin tus versos.
No diré que no me importa
porque ya me harté de mentiras
y porque hay sensaciones que tú,
mejor que nadie,
sabes que no sé ocultar.
Lo sabes mejor que nadie,
porque me conoces mejor que nadie,
porque me ayudaste a construírme
y a deconstruírme,
porque no tenemos la misma sangre
pero te llamaría hermano,
porque te escribí "Amigo"
pensando que nadie
le podría hacer tanto honor a esa palabra.
Aunque, hoy,
ya no sé dónde quedaron
las promesas grabadas en las rocas,
ni los barcos que dejamos desaparecer
en ese nuestro horizonte.
Sólo queda un barco de papel
que te empeñas en hundir
a pesar de que yo intento mantenerlo a flote.
Podría huír
y, si te he visto, no me acuerdo.
O fingir que ese lugar
que un día compartí contigo
vuelve a ser sólo mío.
Pero no soy tan frágil
como para rendirme a la tercera,
sin pelear por unos segundos más
de esa lógica absurda
con la que quisimos interpretar
este caos que quieren llamar existencia,
sin saber lo que es realmente existir.
Así que me limitaré a hacerte saber,
si aún sigues buscando calma en mis letras,
que si algún día todo muere,
todavía eres el único que sabe dónde me escondo.
Y que pase el tiempo que pase,
amigo,
mi poeta favorito
seguirás siendo tú,
aunque yo ya no esté
ni en tu lista de "después lo leo".

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