miércoles, 18 de enero de 2017

No me salen las cuentas.

Ya no me salen las cuentas
de cuántas veces me he caído de la cama
por pensar que el suelo estaba más cerca.
No me salen las cuentas
al pensar que me he lanzado al vacío
pretendiendo aterrizar sobre seguro
y nunca fue así.
Pensaba que éramos perfectas imperfecciones vagando por este mundo
que ya no cree en los milagros
esperando uno que nos diese la señal.
Pero no me salieron las cuentas
en las noches de diciembre en que escribí mil versos tristes
esperando a que alguien me cambiase a Neruda por otro poeta menos cobarde,
que hubiese escrito palabras repletas de luz
aún cuando no se había ni inventado el fuego.
Pero fuimos tan sólo imperfectos,
sin ni un atisbo de perfección.
Y,
esto,
nos destruyó.
Cegamos los ojos de los visionarios que anunciaban buenos tiempos,
quienes dejaron de verse hasta en el espejo.
Intentamos reconocer el fallo
sin darnos cuenta
de que nunca hubo uno.
Y por eso siguen sin salir las cuentas
de las rayas que dibujé en la pared
contando los días para verte.
Fueron,
en mi opinión,
demasiadas
para que al final,
contra todo pronóstico,
acabásemos siendo demasiado imperfectos
como para permitir que algo funcionase perfectamente
entre tú
y yo.


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