sábado, 29 de abril de 2017

¿Por dónde empiezo?

Sé qué quiero decir
pero no cómo
sin dañar esos mismos corazones
que han dañado el mío primero, 
porque no quiero ser como ellos.

Disfracé mis miedos
con un par de bromas
y muchas carcajadas
que sólo aquellos que conocen mi interior
saben que estaban vacías.

Todo el mundo cree que me conoce
porque conocen mi primera capa
a la perfección.
La mejor estrategia,
utilizando la razón,
para evitar que intenten buscar otras puertas
hacia mi centro
que me cuesta no abrir
cuando tocan el timbre.
Por eso las mantengo bien escondidas
esperando que nadie llegue.

Cubrí con falsa alegría
la tristeza de sentir 
que nunca volvería a sentirme plena.
Hasta que llegan ciertas noches
en las que todo explota,
y la lluvia limpia ese maquillaje
dejando ver que en verdad
mis ojos están inundándose
mientras mi sonrisa
pretende salir a flote.

Y cómo quieren que confíe
en que todo va a ir bien,
si quién me dijo esa frase cien veces
desapareció en cuánto se dio cuenta
que conmigo no siempre es así,
en vez de seguir luchando para cambiarlo.

Si sólo había una persona
que sabía dónde encontrarme
cuando el mundo se me caía encima
y un día dejó que me aplastara,
me dejó peleando sola
en un lugar dónde nadie más me iba a buscar
si moría en la batalla.

Si llamé familia
a una que no era de sangre
y acabaron llenándose de ella
tras clavarme varias puñaladas en la espalda
fingiendo que me la estaban cuidando.

Si tantos otros me han prometido
lo que sabían desde un principio
que no eran capaces de cumplir.

Lo siento si hoy no creo,
lo siento si hoy no confío,
lo siento si prefiero pelear sola,
y lo siento si mi corazón 
está sellado
a cal y canto.

Llega un momento
en el que ya no puedes permitir
que alguien más te vuelva a fallar.
Llega un momento 
en el que encuentras lo que quieres
y huyes por miedo a perderlo 
otra vez.
Llega un momento
en el que sólo quedas tú
tus letras
y un pasado
que se pasa el día 
cerrándole puertas al futuro.

viernes, 21 de abril de 2017

Colores del cielo.

Escuché a Xoel cantándole a mi memoria, mientras observaba las calles que tanto me había imaginando y ahora superaban expectativas a saltos.

Dancé en mi interior entre mis cruces y mis apoyos, levanté la voz para cantarle a las flores que adornaban cada uno de mis pasos.

Descubrí nuevos corazones ardientes en cada esquina, la amabilidad de la gente, la amplitud del alma de los habitantes de aquel lugar. La tierra nueva que me daba la bienvenida, mientras veía a los viejos amigos llenar mi vida una vez más.

Me desperté viviendo un sueño de repente hecho realidad, ojos que reflejaban el color del mate, nervios, decepciones, risas, cosquilleos y sorpresas que recorren la ciudad.

Amigos del azar y casados con la aventura, mil viajeros se habían aventurado antes a descubrir su encanto y, ahora, entiendo por qué todos quedaban enamorados de este.

Nosotros también quisimos hacer de aquel hogar el nuestro, proclamándonos dueños de su alegría. Forasteros, rompiendo esquemas entre los parques y acabando tirando al agua nuestras penas en aquel puerto sin fin.

Y el obelisco presenciaba, desde las nubes, tristes despedidas que no dejaban buen sabor, escapadas impulsivas que le daban final a historias pasadas.

Temí quedarme enamorada de ese color tan especial que transmitía su cielo, mezclando un azul vivo y un blanco sedante sacados de una bandera.

Finalmente, me enamoré, pero de la simple idea de seguir viajando el mundo para poder contarle a cada piedra del camino cosas como esa. Cosas como lo bello que es Buenos Aires.

martes, 11 de abril de 2017

Días.

Hay días en los que la calma
llega entre la tempestad
creando una falsa esperanza
de que esta está cesando
aunque al final
siempre vuelva.

Hay días más grises que negros
y menos blancos que grises
que dejan entrever que, a veces,
no todo es blanco o negro.
Aunque, a decir verdad,
el gris tampoco es lo suficientemente positivo
como para conformarnos
con que sea el punto intermedio.

Hay días llenos de alcohol
que cura heridas de bala
dejadas por la incertidumbre
de no saber si estás dónde debes,
si hacer lo que se espera
y si sientes lo que mereces.
Días que llevan a otra incertidumbre,
después de tres o cuatro copas,
de no saber si debes estar
o si todavía esperan que hagas,
y si mereces que sientan
el mínimo cosquilleo por ti.

Hay días que te recuerdo
y otros que sólo eres
un corte mal curado,
una espada manchada de olvidos,
otra razón para no recordarte.

Hay días que no conocen los sueños
y otros que los hacen realidad.
Todo depende de si decides creerte
que te levantaste con el pie derecho
o darte cuenta de que,
por mucho pie izquierdo que apoyes,
si las cosas tenían que salir mal,
iban a salir mal de todas formas.

Hay días que deberían pasar volando,
aunque duela que se vaya acortando la vida tan rápido,
y días que tampoco duran para siempre,
pero cuyo recuerdo es completamente eterno,
ya que paralizan el tiempo,
hasta que llegan esos primeros días
que abren las alas y el reloj empieza a acelerar.

Y hay días que sólo escribes sobre otros días.

También es cierto que
hay días
que son para escribirlos.