sábado, 28 de diciembre de 2019

Vives porque vivo.

En los días bonitos
te recuerdo.
Y escucho tus carcajadas
como si siguieras sentado a mi lado.
En medio de eso,
yo también río.
He llorado poco
desde que te fuiste.
Todo lo que has dejado en mí
es bueno.
Te llevo dentro,
aunque no te sienta
y, a veces, se me emborronen los recuerdos.
Sabes que le tengo miedo al tiempo,
quizás es por eso,
porque es el fabricante del olvido.
Hay días bonitos
en los que te recuerdo,
como siempre,
pero no me sale.
Y se convierten en grises.
Porque tengo que acordarme
de nuestro sitio de siempre
e invocar tu voz en mi cabeza
para poder verte sonreír.
Te estás borrando
y no estoy lista para ello.
Llegará el día en que,
en un día bonito,
no consiga verte.
Supongo que es algo
con lo que hay que vivir.
Hay que vivir.
Un día te prometí que viviría.
Por ti.
Y también por mí.
Ese día te hice canción
y no he podido volver a cantarla.
Está encerrada en mi memoria
para cuando se me haga duro
vivir.
Porque así, 
en un día feo,
te recordaré.
Y engañaré a mi mente
que pensará
que es un día bonito.
Y lo transformará,
cómo hacías tú.
He tenido que acostumbrarme
a hacer cosas por mí misma
que aprendí a no hacer
porque siempre estabas tú.
Llenar mis vacíos
no fue tan fácil
pero sólo podía hacerlo
a mi manera.
Y, en cada uno de ellos,
poner un poco de ti, 
para no perderte de todo.
Quizás porque pude vivirte más
y no lo hice.
Porque pudiste vivir más
y no lo hiciste.
Y en cada vacío
que ayudas a llenar,
vivirás un poco más 
toda la vida
mientras siga caminando
cómo habrías querido tú.
Me enseñaste a crear puentes
y mereces que todos ellos
lleven tu nombre
aunque ya no lo puedas ver.

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