En medio de la desesperanza
allí todavía reinaba la alegría.
Su universo particular
en el que sólo entrabas
con invitación.
Las risas se entrelazaban
y bromeaban con que
podría ser la última vez
que lo hiciesen.
Todas las personas
se volvían una
en caso
de necesidad.
Protegidas por los espíritus
bailaban todas las melenas
al son de unas palmas
que hacían sonar las arrugas.
Y sonreían
porque no hay mayor regalo
que dejar de cuidar la espalda de una misma
para cuidar la de otro.
Y ese día,
en medio de abril,
sabía de repente a Navidad.
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