Fuiste la persona
que me enseñó a quererme
porque me quisiste siempre más
de lo que yo era capaz
de quererme a mí misma.
Y aprendí a quererte
hasta que se nos acaben los atardeceres.
Supongo que es nuestro sinónimo
de un para siempre.
Nunca sabes qué decir,
te dedicas a improvisar,
como cuando no teníamos ni idea
de cómo expresarnos
para decir lo que ambos sabíamos.
Qué jóvenes e ingenuos.
Ahora nos creemos más sabios,
pero no sé si lo seremos,
o eso dices tú.
Dices que te parece bonito.
A mí también.
No con todas las personas
fluye el tiempo.
Con ninguna se me olvida su paso,
pero a veces contigo sí.
Siempre hacemos planes de futuro
porque se nos queda pequeño el presente
y nos reímos del pasado.
A ver cuando...
Cuando quieras.
Siempre cuando quieras.
Aunque pase el tiempo,
aunque haya distancia,
aunque no nos entendamos.
Dices que por encima de eso
siempre estará la luz que compartimos.
Yo también lo creo.
Yo te entiendo,
aunque no te entiendas ni tú
la mitad de las veces.
Si al final por eso te quiero,
porque eres extraordinario.
Pero me enseñaste que hay cosas
que no cambian nunca.
Me dijiste que,
con paciencia
y tiempo,
algo frágil
también puede ser eterno.
Y podría hacerte un poema
que saliese de mi puño y letra,
en vez de parafrasearte,
porque siempre me quejo
de que ya no escribes sobre mí.
Pero sería muy mítico
y tú me recuerdas una y otra vez
que no somos de cosas míticas,
que somos más del Rey León 3
que del Rey León original.
Que no es un día especial,
ni nada,
porque eso sería muy mítico,
pero hoy vi el día de tu cumpleaños
en una fecha de caducidad
de un yogur.
Y pensé que hay días que,
desde luego,
sólo están hechos para cosas buenas.
Porque ese día Harry mató a Voldemort
y,
además,
naciste tú.
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