Ha sido un año de descubrimientos.
Descubrí que no hay nada mejor que perderse para encontrarse, ni que perderlo todo para ganarlo todo. Estuve más perdida que nunca y encontré lo que siempre había buscado dentro de mí, que parecía escaparse de mis dedos siempre que lo rozaba.
Descubrí que el amor viene y va, como una cuerda de la que continuamente tiramos. Si tiras demasiado, la otra persona afloja por la tensión. Y si aflojas... probablemente pierdas a la otra persona, que se escapará con tu cuerda.
Descubrí que el mundo se mueve mediante energías, que existen buenas y malas energías. Que las malas energías pueden estar encerradas en las pesadillas, en las habitaciones donde alguien ha dañado a otra persona, en las palabras que cortan como cuchillos, en los malos deseos... Y las buenas... las buenas se sienten al momento de estar cerca de ellas. Puedes entrar en un lugar y sentir que tu corazón se enciende, tu cara tiene ganas de sonreír y tus ojos brillan, porque las buenas energías dan luz.
Descubrí que el mundo está lleno de personas malas. Que los seres humanos podemos ser muy crueles y, por eso, entiendo las desgracias del mundo. Pero como siempre, para que haya frío tiene que haber calor, así que también descubrí que el mundo está lleno de personas maravillosas. Que hay quién tiene la puerta de casa y la puerta del corazón abierta para cualquiera que necesite refugio.
Descubrí que la familia no es sólo de nacimiento, ni sólo de sangre. Que se empieza con una copa y unas risas, se sigue con un par de conversaciones y se acaba llamando hermanos a quién hace unos meses eran extraños. Que la familia es aquella que confía plenamente en ti, que te apoya en tus decisiones más importantes, que cree en ti, que te abraza cuando tienes un mal día, que tiene siempre un sitio para ti en su sofá, cosas tan simples como esas, que hacen de una casa ajena un hogar.
Descubrí, una vez más, que la distancia no la hacen los kilómetros, si no que la hacen las personas. Que quién quiere estar, estará, y quién quiere irse desaparecerá sin ni siquiera cerrar la puerta tras de sí.
Descubrí que el arte puede salvarte de la vida cuando esta pesa, que la poesía alimenta el alma y la música cura cualquier herida.
Descubrí que el arte puede salvarte de la vida cuando esta pesa, que la poesía alimenta el alma y la música cura cualquier herida.
Descubrí que la naturaleza no tiene límites, vi paisajes que nunca imaginé contemplar. Me perdí entre montañas, volcanes, lagos y océanos y siempre quiero ver más. Tomé mil riesgos y descubrí que las mejores cosas de la vida son algunas de aquellas que siempre te dijeron que no hicieras, porque su cobardía quería callar tu valentía.
Descubrí que nunca estoy sola, que nací con un propósito y que tengo una vida para descubrirlo. Que puede haber mil tormentas, pero al final Él estará cuando ya no queden salvavidas a los que aferrarme.
Descubrí que el mundo se está cayendo a cachos. Que destrozamos vida a cada paso. Se queman bosques, se contaminan mares, se matan niños, se muere gente de hambre mientras otros nadan en billetes... Y descubrí que todo esto no va a cambiar quedándonos sentados "porque no hay nada que hacer". Que hay que entregar la vida para que con cada paso estemos cambiando la realidad a poquitos.
Descubrí que no hay nada mejor que ser quién tú quieres ser, hacer lo que te da la gana de hacer y tener a tu lado a quienes no hacen más que hacerte reír hasta que no puedes aguantarte las ganas de hacer pis. Porque todo esto te hace ser feliz, pero de esa felicidad verdadera, de la que no se compra ni se finge, de la de verdad.
Por otro año de descubrimientos, gracias 2016, bienvenido seas 2017.